domingo, 11 de diciembre de 2011

Teresa

Al mirar si tenían agua los perros, una vez, en primavera, descubrí un gorrión joven casi ahogado en el cubo. Lo saqué y notando que estaba muy frío y que apenas se movía, comprendí que agonizaba. Sin ninguna esperanza, le sequé con mi camiseta y empezé a darle calor. Al final le deposité en la bandeja del coche que, como estaba al sol, superaba en unos grados la temperatura del ambiente. Milagrosamente vivió pues al abrir la puerta, un poco después, salió volando y se posó en una rama cercana. Continuó, más tarde, su viaje, no sé si hasta caer en otra trampa o evitándola, tras aprender la lección que le había acercado tanto a la muerte.

Este episodio se ha repetido meses más tarde. Esta vez no es un animalito desvalido, al que puedes dirigir tu piedad sin demasiado interés en evitar un fatal resultado, sin temor de no poder dormir. Se trata de una amiga; alguien a quien he conocido y que, desde entonces, ocupa la mayor parte de mis pensamientos.

Probablemente no pueda darle nada. Quizá sólo la admiro. Tal vez sólo desee que se encuentre bien, que sonría de vez en cuando, que ría a carcajada limpia alguna vez y que se de cuenta de lo que vale. Es posible que no signifique nada. Podría, en cambio, significarlo todo.


No sabría explicarlo mejor que Kundera en "La insoportable levedad del ser":


"Se encontró por primera vez a Teresa hace unas tres semanas en una pequeña ciudad checa. Pasaron juntos apenas una hora. Lo acompañó a la estación y esperó junto a él hasta que tomó el tren. Diez días más tarde vino a verle a Praga. Hicieron el amor ese mismo día. Por la noche le dio fiebre y se quedó toda una semana con gripe en su casa.


Sintió entonces un inexplicable amor por la chica casi desconocida; le pareció un niño al que alguien hubiera colocado en un cesto untado con pez y mandado río abajo para que Tomás lo recogiese a la orilla de su cama".

...


"Sintió en su boca el suave olor de la fiebre y lo aspiró como si quisiera llenarse de las intimidades de su cuerpo. Y en ese momento se imaginó que ya llevaba muchos años en su casa y que se estaba muriendo. De pronto tuvo la clara sensación que no podría sobrevivir a la muerte de ella. Se acostaría a su lado y querría morir con ella. Conmovido por esa imagen hundió en ese momento la cara en la almohada junto a la cabeza de ella y permaneció así durante mucho tiempo.....Y le dio pena que, en una situación como aquella, en la que un hombre de verdad sería capaz de tomar inmediatamente una decisión, él dudase, privando así de su significado al momento más hermoso que había vivido jamás (estaba arrodillado junto a su cama y pensaba que no podría sobrevivir a su muerte). Se enfadó consigo mismo, pero luego se le ocurrió que en realidad era bastante natural que no supiera que quería: El hombre nunca puede saber que debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores."

Milan Kundera. La insoportable levedad del ser.

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