sábado, 21 de noviembre de 2009

Colegio Lince.

Encontré, colgado en la red, el retrato de un grupo de niños que me resultó, de golpe, demasiado familiar. Era la foto de mis pequeños compañeros de clase. Uno de esos chavales era yo.... ¡hace más de seis lustros! Tardé en reconocerme, pero, cuando me aseguré de quien era el mocoso que llevaba mi cara de los 12 o 13 años, surgieron de golpe muchas más imágenes.

Mi reacción no tenía nada de original. Lo comprobé al leer en los foros los comentarios de otros compañeros que, como yo, habían estado en la Universidad Laboral de Cheste, (luego COUL, CEI, etc...) y por lo que contaban, experimentaban lo mismo. Al encontrarse en el espejo de su infancia descubrían, de golpe, que eran cuarentones. Como si los cursos posteriores a aquellos sexto, séptimo y octavo de Educación General Básica, no hubieran existido. Como si el bachillerato, la universidad o estudios superiores, hubieran sido sólo un sueño. Aún más fugaz parecía el periodo de vida laboral, aunque en cómputo real superaba a todos los anteriores.

En mi caso, como en los de otros miles, en aquellos tiempos de EGB, Adolfo Suárez formaba la coalición de UCD y después el partido político con el que comenzaba a gobernar la primera legislatura democrática.


La historia comenzó cuando mi madre, preocupada por mi formación, rellenó los impresos de solicitud de beca y acompañó los documentos que se requerían, allá por la primavera de 1977. La noticia de la concesión de plaza ni me impresionó ni me preocupó. Transcurría plácidamente el verano de ese año, entre los obligatorios trabajos en el campo, ayudando a mi padre y los juegos con mis compañeros de escuela en el pueblo en que aprendí a leer y "las cuatro cuentas". La carta decía que debía dirigirme a una calle céntrica de Ávila, junto a la avenida de Portugal, para coger el autocar de la expedición a Valencia. El día señalado, hacía ya bastante frío. De la mano de mi madre, tomé el coche de línea hasta Arévalo, de allí cogimos el ahuevado autobús a Ávila y desde la estación cargué con una maleta en la que había ropa interior, cepillo de dientes, pijama, camisas, pantalones, jabón... en cantidad que se aproximaba a las indicaciones que adjuntaba la carta con las credenciales de nuevo alumno y, todo ello, marcado con el número de expediente que se me había asignado, el seis mil y pico.

Encontramos a un grupo de niños acompañados de sus padres. Los veteranos, bastante tranquilos, ponían cara como de venir de vuelta. De entre los pequeños, algunos lloraban, y los más traían las caras tan largas que parecía que fueran al entierro del Conde de Orgaz. El coche llegó ya ocupado por los que venían de Salamanca. Tras despedirse los hijos de los padres con cuatro besos, cuidaté y abrígate, come, ten cuidado con el dinero, no te lo quiten... arrancó la expedición... y no lloré. En realidad estaba ilusionado por conocer nuevos amigos y lugares. Durante el viaje se cantaba lo típico de señor conductor y lo específico de uni, uni laboral, matadero de estudiantes... Paramos en la N-VI en Villalba. Bajamos a mear. Cruzamos Madrid. Atravesamos Cuenca. Recuerdo la tierra roja y ese atardecer por la nacional a Valencia, en Castilla la Nueva -ahora tierras de Castilla la Mancha. Paramos en Tarancón. Bajamos a mear. Había tiendas con navajas hechas en Albacete. Ya de noche, llegamos tras más de siete horas. El vehículo aparcó en una explanada donde había por lo menos otros seis o siete autocares de los que bajaban niños que tenían que arrastrar grandes maletas que, en algunos casos, doblaban el peso del portador. Lo que más me llamó la atención es que hacía un calor como de un mes antes.

Cargué mi maleta de caras perfectamente rectángulares, a la moda de los setenta, como pude, siguiendo a otros tres chicos que también iban a mi colegio, a su vez, asesorados por el primo de uno de ellos que era veterano. Tras cruzar una hilera de ocho bloques, llegué hasta el último de cuatro inmensos edificios grises de cemento y por fin al portal señalado con una chapa en la que se dibujaba un emblema: cuatro pelos lacios de bigote, un hocico triangular, dos barbas picudas, orejas verticales y los ojos penetrantes del Lince en dos dimensiones.